Introducción:
Hay
que advertir que este poema es un prólogo, ubicado fuera de las categorías en
las que el mismo Baudelaire estructuró su obra. Esto nos acerca a dos
cuestiones de interés: la primera, es que trata de un texto introductorio y en
cierta forma informativo, en el que el poeta se dispone a presentar su libro e
invitar al lector a su lectura, mediante una explicación generalizada y
resumida de los temas que abordará en adelante; la segunda, es la ubicación
espacial en el conjunto de la obra, al comienzo (como no podía ser de otra
forma) pero por fuera del diagrama, casi como la puerta al universo de
las flores del mal, el primer escalón hacia el Infierno al que se desciende
cada día un paso, el contacto inmediato con el limbo (espiritual/moral) si
seguimos la geografía dantesca (recordatorio: el nombre original de este libro,
era, “Los limbos”).
Estrofa 1:
La
ocupación de los vicios en el alma subraya la enajenación del hombre
corrompido, el desprendimiento de aquello que lo hace humano, el “hálito
divino” que según el Génesis (Biblia)
nos diferencia de los animales. Este acercamiento a lo animal o bestial, al
instinto, es un alejamiento obvio de la razón; la apertura al mundo de lo
irracional y por consecuencia, del apetito o deseo. La implicación del cuerpo
como elemento también contaminado, materializa dicha realidad, lo que produce
un efecto de realidad aún mayor al intensificar la carga física, comprobable en
sentido empírico.
Baudelaire
utiliza la primera persona del plural (“nosotros”) para incluir a toda la
humanidad, para mostrarla hermanada, unida por el pecado. Este hombre moderno,
que es mero recipiente, que no es dueño de su cuerpo ni de su alma, sino una
vil marioneta sin más voluntad que la del impulso, fuerza lo domina y no al
revés.
El
poeta acusa la debilidad de este hombre frente al mal, al que no puede aspirar
dando la cara porque su hipocresía moral se lo impide. Entonces, entra en juego
un blando remordimiento, siempre insuficiente porque es pura moralidad
automatizada.
Estrofa 2:
Ante
la recurrencia de las tentaciones y la flaqueza del espíritu, el único antídoto
es la vía exculpatoria, un dejarse arrastrar (la persona estándar nunca va
directamente) por el pecado a cambio de una ilusoria confesión que no es tal. El pecador prácticamente compra una
indulgencia y regresa, “alegre” (engañador y engañado), al camino del pecado.
Sendero fangoso donde solo puede hundirse a cada paso. La referencia a manchas
espirituales siendo lavadas por el llanto, es una acertada observación de la
disociación entre el discurso y el ejercicio humano. Es este un pecador
preocupado por una exterioridad, que pretende atenuar sus malas intenciones con
buenos actos.
Estrofa 3:
Hay
diversas referencias al adormecimiento de la razón y la voluntad. Satán,
representación gráfica del Mal, es quien suspende nuestra consciencia, nos
enajena de tal forma que nuestra voluntad, por fuerte que sea (“metal
precioso”), se evapora ante la habilidad de este alquimista. La inactividad
toma aquí un papel fundamental, porque al igual que en la Divina Comedia, es ella la cadena que impide al pecador a salir del
error. Por eso Dante, al reconocerse en la selva (pecado), se pone en marcha,
llama a la acción porque la redención requiere esfuerzo. El ocio es,
efectivamente, para Dante y Baudelaire, el padre de todos los pecados.
Estrofa 4:
Refuerza
la ideal del hombre títere, vacío de toda fuerza propia, autómata guiado
únicamente por el instinto irreflexivo.
Aquí
introduce otro gran tema de su filosofía, la belleza del Mal, el regocijo en el
pecado: su disfrute, en fin. Recordemos que los románticos destacaron por
iconoclastas, rechazaron toda regla de estilo y revolucionaron el concepto
estético tradicional (la concepción de lo Bello) en pro de la subjetividad y la
libertad expresiva. Destruyeron los iconos clásicos y reconocieron, primero, la
belleza de lo feo, y segundo, la omnipresencia de la fealdad (poema “Himno a la
Belleza”, Baudelaire).
Estrofa 5:
A
través de un símil, el yo lírico describe la aberración del espíritu, la bajeza
del instinto devorador, que con fiera voracidad traga sin disfrutar demasiado,
los placeres terrenales fugaces. Y repite esta operación gastada (como exprimir
una naranja vieja) como si buscara insistentemente algo más, como si nunca le
bastara. El símil transcurre en un ambiente de ilegalidad y perversión típicos
de la naturaleza del pecado, y se refuerza por las imágenes visuales y táctiles
de la situación que describe. En la acción de exprimir fuerte una naranja vieja
se vislumbran la desesperación con que nos aferramos a lo que nos satisface, a
lo que nos alivia aunque sea un momento a la agonía de vivir, y también, la
inutilidad del acto, del que no se puede recoger ningún jugo sino unas míseras
gotas insípidas.
Estrofa 6:
La
perversión ha ahondado en lo más profundo de la moral, en el cerebro, allí se
alojan los demonios que nos guían, y en el hormigueo se distingue su actividad
incesante, ¿pero cuál es la actividad? Lo deja en claro al comparar a los
demonios con helmintos, y es la segunda vez (la primera fue en el 4º verso de
la 1ª estrofa) que se los liga a la figura del parásito, que se nutre de la
vitalidad de su huésped, hasta apagarla. Al igual que la mujer de El almohadón de plumas (Horacio
Quiroga), la víctima muere lenta y silenciosamente, sumida en la fatiga,
primero física y luego emocional, en un ambiente lúgubre y triste, sin siquiera
sospecharlo: se enferma de la Muerte, que baja con cada respiro doloroso a
través del “invisible río” (posible referencia a la “bilis negra”, causante por
etimología* de la melancolía).
Desde
el punto de vista formal, la estrofa aumenta en el uso de comas y de asíndeton
(ausencia de nexos coordinantes como la “y”), lo que delata un ritmo de marcha
fúnebre, de silencio sepulcral, de una extinción de la vida pausada como la
escritura del poeta.
Estrofa 7:
El
significado de esta estrofa es concreto, el poeta aclara que los vicios, sino
alcanzan su máxima expresión en el crimen, es por cobardía humana y nunca por
falta de deseo. Es un débil resquicio de moralidad falsa.
Estrofas 8 y 9:
El
poeta prepara la presentación del peor, a su parecer romántico, de los vicios.
La mención de los pecados animalizados es tradición medieval que se encuentra
en los bestiarios o en la obra de Commedia
de Dante. Se destacan seres sobre todo rapiñeros, peligrosos, venenosos e
incluso absurdos, todo esto para instaurar un ambiente de circo, de microcosmos
caótico (aludiendo a la retorcida moral humana) e irracional.
Este
ser es descripto en un gesto de lo más sugestivo, a través de un bostezo de
fuerza destructora incomparable.
*Etimología
es el origen de las palabras. Melancolía proviene de melas (negro) y kholis
(bilis).
Estrofa 10:
Se
nombra al fin a este vicio atroz: el tedio. Pero no es el simple aburrimiento,
sino que es el hastío más profundo del alma humana, la nada misma. Este es el
gran tema de la obra poética de Baudelaire, la tendencia al vacío en todos los
planos de la actividad humana, la negación del mundo anunciada por un rechazo a
la realidad, es el fracaso del hombre romántico en la búsqueda de salvación,
derrota implacable que se repetirá en cada intento de escape imaginativo. Es el
ciclo claustrofóbico entre la búsqueda del Ideal (elevación) y la caída en el
Spleen (hastío), que solo romperá la Muerte (no es inocente que así se llame la
última categoría del libro).
Esta
destrucción del yo, la no-participación en el esquema de la creación, del plan
divino, es un desafío a la voluntad de Dios y por ello, lo demoníaco por
excelencia (Gómez Mango).
La
estrofa avanza detallando el carácter de este “monstruo delicado”, mediante la
exposición del estado que a su vez contagia a sus víctimas: impotencia
apagándose, enfriamiento de la furia contenida, reposo absoluto de la emoción
una vez exaltada.
Prosigue
con una invitación al lector (hipócrita porque se rehusará a sentirse
identificado con esta clase de hombre, a verse involucrado en el pecado) a la
profundización de este famoso “mal del siglo”, a la lectura de su libro.